sábado, 11 de abril de 2015

Anituy Rebolledo Ayerdi

Cómo han pasado los años (XXXVIII) A la mitad del siglo XX
Alejandro Gómez Maganda
La tragedia que hoy vive Guerrero animó al columnista a abordar una familiar, dolorosísima, ocurrida en Acapulco precisamente a la mitad del siglo XX. Lo hacemos sirviéndonos para ello de un testimonio de seriedad inobjetable, la del gobernador Alejandro Gómez Maganda (1951-1954), un cronista excepcional de su tiempo. Lo contiene su libro Acapulco en mi vida y en mi tiempo (Comisión Editorial Municipal 1984-1986). Es éste:
San Jerónimo de Juárez
Febrero venía a menos y marzo se acentuaba en el acentuado tremar de sus follajes. El día fatídico devino en premonitorios presagios, a pleno sol y en la diafanidad acostumbrada”.
A la mitad de él, llegaron a entrevistarse conmigo las nuevas autoridades municipales de San Jerónimo, cuya jurisdicción incluye a Los Arenales, Tomatal, Las Tunas y otras cuadrillas. Dicha circunscripción, pues, comprende precisamente mi solar natal.
Llegaron a mi despacho de la Quinta Josefina: el doctor Federico Rebolledo (Romero) quien como alcalde encabezaba una comisión: Urbano Arteaga Flores; mi primo Belester Gómez, receptor de rentas en la cabecera municipal; David Leyva y Roberto Gómez ; Samuel Diego, líder campesino y Reyes Salas.
Les ofrecí que una vez que despachara un asunto de suma urgencia en la Zona Militar, con gusto volvería a recibirlos ya con tiempo suficiente para atender lo que ellos traían. De tal suerte que resolvieron regresar a verme una vez que hubieran comido. Le recomendé la mayor prudencia pues estaba enterado de la presencia de sus enemigos tradicionales en Acapulco.
Transcurrieron las horas en mi inútil espera y comencé a preocuparme. Pardeaba la tarde y el anochecer estaba a punto de alcanzarla. Entonces mi desazón se hizo aguda, presintiendo lo peor en aquellas circunstancias.
Samuel Diego
Serían las 8 y media de la noche cuando, anticipándome a la llegada de los licenciados Fernando Castañón y Benigno Leyva, funcionarios judiciales, Samuel Diego llegó a mi presencia con la camisa tinta en sangre.
¡Me deprimí inmediatamente pues estaba seguro de que mis amargos presentimientos se habían cumplido! Entonces quedé informado de la tragedia en toda su magnitud.
Estaban comiendo con la jovialidad costeña, sin tomar precauciones que juzgaron inoportunas, en el restaurante El Tahití, a solo cien metros de la Zona Militar (calle Hornitos, junto al hoy hotel del Magisterio), cosa que les hizo pensar en una mayor seguridad. Unos petates protectores del ardiente sol que pegaba de frente al restaurante, vieron colarse las sombras que prematuramente llegaban de la bahía.
(Los asesinos disfrazados de indígenas vestidos de manta (los “chantes”) simulaban vender petates. Dentro de ellos, enrollados, portaban las ametrallados Thompson).
Unas bujías palúdicas comenzaban a parpadear entre las mesas cuando, de pronto, dos descargas de armas automáticas anunciaron la presencia de pistolas y ametralladoras que prosiguieron disparando. La sangre comenzó a fluir en los pasillos y los vidrios en fragmentos llenaron el ambiente.
Belester Gómez recibió un balazo increíble que le perforó de lado a lado las sienes, quedando moribundo en decúbito ventral.
Federico Rebolledo
El alcalde de San Jerónimo, doctor Federico Rebolledo (Romero) fue materialmente acribillado y rodó bajo la mesa muerto instantáneamente.
(Padre de Magalirio, Montaña, Imperio, Anituy y Alma, esta última la mayor con 14 años. Y una madre heroica: Toña Ayerdi García. Ninguno de ellos ha vuelto al terruño desde entonces).
Reyes Salas resultó herido por una bala que le atravesó las mejillas.
Solo Samuel Diego –más tarde asesinado–, lleno de sangre y de ira, en compañía de Roberto Gómez, repelió por instinto y reacciones de casta la cobarde e inesperada agresión.
(La prensa dijo entonces que el único blanco de aquella agresión era precisamente Samuel Diego, quien logró salir indemne porque en aquel preciso momento se encontraba en el baño. “No le tocaba”, se dijo).
La vendetta costeña había hecho su brutal aparición y rubricaba con sangre su presencia inaudita.
¡Cosecha del rencor y de las bastardas pasiones! Era la respuesta de los cuatreros a unas elecciones limpias e inobjetables. Los cocoteros seguían goteando su roja savia y los caminos se alumbraron más que nunca con las dalias de fuego de un presente sin mañana (AGM).
El Chante Luna, el fin
El Chante Luna siguió matando por paga o por agravios personales. Impunemente como lo había hecho desde muy joven. Era la de él una de las pistolas más rápidas, efectivas y mejor cotizadas de la región. Fue una suerte de “santón“ de la organización criminal conocida como La Gamba. La integraban los sicarios más desalmados de ambas costas, bestias con apodos de bestias.
El último gran festín de sangre de La Gamba se dio en Acapulco el 20 de agosto de 1967. En esa fecha, en La Coprera de la avenida Ejido, masacraron a sangre fría a 27 campesinos –un niño y tres mujeres entre ellos–, y lesionaron a 156. El gobernador del estado, Raymundo Abarca Alarcón, los había acusado de culeros cuando fueron a pedirle protección policiaca para una asamblea de copreros. Y fue el mismo mandatario de Iguala quien les dio la clave: “Inviten a los buenos muchachos de La Gamba, ¿para cuándo son los amigos? Ninguno de aquellos duró en presidio.
El asesinato de Barajas
El Chante Luna dispara a la cabeza del doctor Ignacio Barajas Lozano cuando, a bordo de su auto convertible, se dirige por la calle de La Quebrada a su domicilio. El vehículo choca sin control contra un muro (hoy a la altura de Televisa). Era el 16 de agosto de 1954.
Será hasta entonces cuando la policía venga por El Chante. Extrañamente no se le aprehende, se le invita a Chilpancingo para que “platique con el gobernador del estado”. El hombre recela, pero por supuesto, y para tranquilizarlo se le permite portar al cinto una inseparable pistola calibre 45, con cuatro cargadores. Así artillado se paseaba por las calles de la ciudad. Alguna vez el escribano se topó con él camino a la escuela Altamirano y tembló de miedo.
Familiares y amigos del Chante forman una caravana de vehículos para seguir a los dos automóviles policíacos donde viaja El Chante. El primero era tripulado por Mario Martínez, jefe de la Policía Judicial Federal y junto a él Nicolás González, jefe de la judicial en la entidad. Atrás, entre un agente policiaco, El Chante Luna y Manuel Patotas García, malhadado primo de la madre de los Rebolledo Ayerdi. Cuando el nutrido acompañamiento sea detenido por soldados en Las Cruces, los seguidores sabrán de cierto que el matón ya no era de este mundo.
Almirante Argudín Alcaraz
Dejemos que el almirante Alfonso Argudín Alcaraz, ex alcalde de Acapulco, continúe este relato contenido en su libro Del Acapulco que perdimos (editor: Alejandro Martínez Carbajal, 2011)
“Poco antes de llegar a Mazatlán había un grupo de soldados y el Patotas García, nervioso, vio una señal o un guiño sospechoso. Desenfunda rápidamente su pistola matando al federal Martínez de un balazo en la cabeza. Dispara enseguida contra el comandante Nicolás González, atravesándole la lengua. El judicial de atrás toma la única mano útil del Patotas García, imposibilitándolo para seguir disparando. Llega el segundo carro y los que iban en él le disparan al Patotas, matándolo en el acto.
El Chante baja del auto negando mujerilmente haber hecho ningún disparo: ¡Yo no tiré!… ¡yo no tiré!… ¡huelan mi pistola!…, ¡huelan mi pistola!…
¡Pinche cobarde!, lo encara un oficial y su tropa accionando sus fusiles contra el lloriqueante verdugo. Su cuerpo será perforado por muchísimas balas, No tantas, sin embargo, como hombres había asesinado sin piedad.
Ricardo Garibay
Mucho más tarde, el escritor hidalguense Ricardo Garibay removerá aquellos recuerdos adormilados para referirse a la violencia criminal en Guerrero y su brazo fuerte la “vendetta costeña”. Lo hace en su libro Acapulco (Grijalbo-1975).
Barbarie en Guerrero
El terrible Chante Luna mató al padre del periodista Anituy cuando éste era muchacho chico. Todo quedó en la sucia y espantada paz que impone el asesino impune. No hay cuidado, decían las gentes, ya despertará el niño. Pero el niño había salido sensible e inteligente, acaso demasiado para las providencias que se esperaban de él. Llegó a la adolescencia y no daba color.
–¿Qué pasa contigo?
–¿De qué?
–No se ve que te apliques a lo tuyo. ¿No vas a cobrar? ¿No tiene alguien contigo una deuda? ¿No te la van a pagar?
–¿Cuál deuda?
–¿Cuál deuda?. ¿La quieres más grande?
Le recomendaron diferentes tipos de estrategias y armas adecuadas. Anituy nunca había disparado una pistola ni había esgrimido una daga. Acá y allá le mencionaron maestros inmejorables y de suma discreción. Prepárate, entrénate, familiarízate, hazte infalible. Son muchos los que esperan de ti un gesto de hombre. Se te está pasando el tiempo.
Entró en la primera juventud. Se le miraba con perplejidad. Estudiaba. Ni trazas de convertirse un día con otro en acreedor de mérito. ¿Cómo? A ti se te ha olvidado lo principal.
–¿Lo principal?
–¡Lo principal! ¿Qué esperas?
Se le miraba con escepticismo. Pasaron más años. Se hizo periodista. Se le miró con pena y con desdén. Luego El Chante Luna murió como murió, digamos que casi anónimamente, con policías baleados y policías triunfantes. Eso no es una muerte con historia, es un incidente para interiores página seis abajo a la derecha.
Celestino Luna, El Chante, murió acribillado
–¡Que se nos acaban los hombres!
–No cobraste la deuda y la cargarás para siempre y allá tú porque ni siquiera parece importarte.
Anituy, burlones ojos, maduro y juvenil, doble ancho, casi rubio, lo cuenta atacándose de risa.
–¿Por qué la risa, Anituy?
–Entre el folklore y el sentimiento trágico de la cantina, me quedo con aquél. Si usted no aprende a reírse un poco de la barbarie no puede vivir en ella.
¡Eso tratamos de hacer, ahora mismo!
fuente: http://suracapulco.mx/archivos/216644

3 comentarios:

  1. Historia del Chante mal contada.

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  2. Pero el corrido lo realza como un gran personaje y no fue más que un vulgar y cobarde asesino

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