jueves, 22 de noviembre de 2018

ESPLENDOR Y OCASO DE LA HACIENDA DEL GUAYACÁN


ESCRITORES José Rafael Pineda Torres

En la Tierra Caliente, al sur de la antigua Valladolid y, distante en línea recta unos 200 kilómetros, se encontraba la Hacienda del Guayacán.

En un principio, creí que la palabra Guayacán, por llevar el acento en la última sílaba derivaba del náhuatl, ejemplo: Apatzingán, Tepatitlán, Tepoztlán , luego creí que provenía del idioma purépecha (Tingüindín, Paricutín), al final, logré averiguar que se trata de un árbol tropical americano de gran altura, hojas persistentes y madera muy dura, que no flota en el agua.

Se le llama también Guayaco o Palo santo. Lo de Palo santo es debido a que de él se extrae una preciosa resina aromática de propiedades medicinales; no es raro encontrar haciendas con nombres de árboles, verbigracia, El Corongoro, Los Limones y El Pinzán.

La hacienda del Guayacán, distante a unos 14-15 kilómetros por camino de herradura de Huetamo, Michoacán, tuvo su auge entre 1930 y 1950.

Huetamo, en donde se asentaron los purembes, ya existía cuando fue colonizada hace 450 años y no tenía el río Balsas como límite entre Michoacán y Guerrero, pues los mal llamados “tarascos” se dividían en cuatro reinos:

1-Coyucan
2-Huetamo
3-Vayameo
4-Tzintzuntzan

Por cierto, una de las versiones acerca de la palabra Huetamo, surge del idioma pirinda, que quiere decir, “donde los cuatro” y otra que significa “hombre”; para los que nacieron en Huetamo o radican en él, no estaría de más que dieran una “ayudadita”.

De Tzitzuntzan, no tengo ninguna duda y quiere decir: lugar de colibríes.

Volviendo a la Hacienda del Guayacán, debo comentarles que perteneció a mi abuelo desde principios del siglo XX.

Ignacio Pineda Campos hizo del Guayacán una de las haciendas más famosas de este lado del río; hijo de doña Mariquita Campos y probablemente de un soldado belga, sus orígenes permanecen en la obscuridad en cuanto a los belgas se refiere, lo que si es cierto es que Ignacio Pineda Campos era un hombre alto y guapo, con ojos zarcos y bigotes rubios, tal como don Eduardo Ruiz describe a los “Bélgicas y Austriales”, en su obra “Los belgas en Tacámbaro”.

Don Ignacio era originario de Turitzio, de familia humilde y se casó con doña Modesta Ortuño Maldonado, quien nació en Ciriquicho, de gente acomodada.

Dicen “los antiguos” que Ignacio trabajaba como introductor de ganado en el rastro de Zirándaro y Huetamo, es por eso que en los albores del siglo XX, pudo adquirir El Guayacán. Fue Presidente Municipal de Zirándaro en el período de 1898-1899.

Esto fue el principio de lo que se había de convertir en uno de los capitales más fuertes de la ribera michoacana del Balsas. Digo michoacana, porque el estado de Guerrero nace con fecha 27 de octubre de 1849, pero en 1906 el río de las Balsas queda como límite entre estos dos estados; mi abuelo Ignacio, que más tarde sería conocido como “El amo Campos”, a fuer de trabajo incansable adquiere los ranchos de: El Chorrillo, La Parota Echada, Los Limones, Cópitaro, El Cuajilote, Los Ciruelos, El Tejón, El Carrizo, “Caigo o no” (hágame usted el favor) y Huitza (pronúnciese Güicha), este último rancho fue la dote que Ignacio Pineda Campos recibió de su casorio con doña Modesta.

Todos los ranchos que con anterioridad se nombran allende el río, hasta el año de 1906, eran michoacanos.

Cito algunas palabras del doctor Jesús Pineda Ortuño, en su obra “Memorias de un Nicolaita”:

Galopando allá a lo lejos, por el camino, se acerca cada vez más un hombre. Jinete bien horqueteado, acortando la distancia, se antoja ver fugaz silueta que se mueve muy de prisa, los ligeros cascos del caballo pardo del mismito L’amo Campos, dueño del Guayacán su vieja y querida hacienda.

El Guayacán era famoso por la hospitalidad que brindaba a los viajeros que se dirigían hacia la empresa “Oleaginosas de Morelia” a vender el ajonjolí.

También era famoso porque era la sede de todos los ranchos que don Ignacio poseía, lo que daba un especial “tronío” a la hacienda, que a más destacaba por tener a los dos más famosos jinetes de toros bravos de la época:

Amado Pineda Ortuño y su primo hermano Antonio Ortuño. También las hijas de don Ignacio eran muy bonitas, por lo que políticos locales, revolucionarios y ricachones se dejaban “caer” por estos lares, con cualquier pretexto.

La declinación del Guayacán comienza con el asesinato de Amado y posteriormente la muerte de don Ignacio, que murió intestado.

Al dividirse la herencia a la muerte del amo Campos entre sus hijos, el Guayacán pierde fuerza y poder, sus herederos venden ganado y propiedades, dejan el terruño y se van a radical a la capital.

Mi padre, Rafael Pineda Ortuño, alias “Rafail Campos”, “El Sordo” o “El Palomo” fue el más pequeño de esta familia y propietario del Guayacán hasta el año de 1955. Yo soy su hijo, el que escribe estas líneas y también nieto de don Ignacio. Me tocó vivir en la vieja hacienda hasta los cinco años de edad, pues me enviaron a México a estudiar el Kindergarten.

En el libro “Histobiografía de Zirándaro y Guayameo”, de José María Aburto Duarte, editado en octubre de 2010, página 185, dice textualmente: “en Zirándaro destacaron las familias del Sr. Ignacio Pineda Campos y la Sra. Modesta Ortuño que procrean a Fausta, Amado, Palemón, Hermelinda, Jesús, Bertha, José María, Modesta, Ignacio, Otilia y Rafael Pineda Ortuño”.

Agrego, que por mucho tiempo no tenía información que hubiese otra hija de Ignacio Pineda Campos y que ahora incluyo en la descendencia se llamaba: Adalberta Pineda Mejía, quien falleció a la edad de 97 años. Esta otra rama de la familia se asentó en la ciudad de México y en Houston, Texas.

No sé quién sea el propietario de la hacienda en la actualidad, pero creo que al fraccionarse la herencia con los otros ranchos y la invasión de los agraristas, El Guayacán nunca podrá ser lo que fue, con el debido respeto a sus actuales propietarios.

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